jueves, 24 de junio de 2010

Disvandos y labderios

Tal vez la culpa no sea suya, pero, en gran medida, sí es responsable de mi desequilibrio. Y se lo agradezco.
Cabalgaba a mi espalda sus dos o tres años de rizos castaños mientras gritaba atatán; sonreía las cuatro comisuras de sus ojos azules como el cielo de Belzunce. Aprendí con ella a reírme abiertamente, pues llamaba relámpagos a los espárragos y ataba sus sandalias con Sevillas.
Dibujaba disvandos como dinosaurios hipopotámicos, rosas y rojos, verdes y azules, en papeles DIN A4 que guardo donde sólo la enfermedad podrá borrarlos.
Hace más de treinta años de aquello.
La pobre Clara cuida ahora de mis hijos, de mis padres, de mí mismo. Y no puedo ya llevarla a mi espalda, porque soy viejo y porque no le hará gracia. Además, ella tiene su trabajo y su música.
Así que en los últimos meses, con ayuda de un dios pequeño y un monstruo grande que había en un armario, le he fabricado en el garaje un labderio enorme; sea lo que sea, que decida ella.

4 comentarios:

  1. Muy fértil en tus manos el tono nostálgico que manejas en esta historia. La escritura te surge de un modo muy natural. Todo un hallazgo.
    Un abrazo,
    PABLO GONZ

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  2. Mide tus palabras, Pablo, que me crezco rápido y me pongo insoportable.
    Un abrazo.
    P.

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  3. Muy bonita descripción de la infancia de una hija a través de su vocabulario único.
    A mi me encantaba cuando mi hija decía "El Tol brilla"

    Un abrazo

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  4. ¡Espárragos! Digo, ¡relámpagos! Me ha llenado. Mi cupo de disvandos y labderios estaba abierto, pero enseguida lo has llenado. Ma lo voy a disfrutar.

    Blogsaludos

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