jueves, 4 de septiembre de 2014

Alcanzar la madurez

Ponga sobre la mesa un pequeño platillo de café que esté seco. Deposite sobre el platillo una simpleza y déjela brotar. Si el platillo no estuviera completamente seco, o si hubiera sido colocado boca abajo, la simpleza se marchitará. Sin embargo, si es usted de los que saben seguir las instrucciones, si es de ésos que improvisan correctamente, la simpleza se hinchará en todo su esplendor de magnolia rosada, rebosando el platillo y contagiando como esponja-colibrí su más inmediato derredor.
Es ahora su deber el compromiso de mantenimiento, el rechazo de la vergüenza, el orgullo de la comprensión. Si la simpleza se deja alzar debe usted lucirla en el ojal de la chaqueta, siempre fresca, a la vista.
No es sencillo hacer gala de portar una simpleza, o varias; sin embargo es enriquecedor. Piense que la gente sabrá que es usted capaz de llevar una simpleza en el ojal.

viernes, 23 de mayo de 2014

Annapurna cabrón


Diosa de las cosechas
bella hija de perra
te sembramos
te regalamos
sonrisas
que nos dieron
luz
antes que a ti.
Qué ofrenda autónoma


Gran madre
Parvati,
qué caro pagamos
tu enfado con Shiva,
qué caro.


Qué enorme agujero
tan alto.
Qué brillante la siembra
en tus faldas.
Qué lejana
y teórica
la cosecha.
Qué oscuro
el dolor,
Annapurna cabrón,
monumental imán
del amor al aire.

martes, 1 de abril de 2014

Taller de microrrelato



Día 10 de Abril, 19:30.

En el marco de las III Jornadas literarias de narrativa "Con otras palabras", organizadas por el Ayuntamiento de Pamplona en el Civivox Condestable, tendré el honor de impartir un "taller express de microrrelato".
Será sólo una hora, en la que habrá que condensar la teoría y la práctica de la condensación, de modo que, sin saber si el resultado será grande o pequeño, puedo afirmar que será, cuando menos, muy estrecho.

Más información aquí:
Pamplona
Actividades
diariodenavarra


martes, 25 de febrero de 2014

Cosquillas en las cejas

Había un árbol junto al río. Y el río daba de beber al árbol. Y el árbol daba sombra al río. Y el río iba, poco a poco, erosionando el suelo bajo el árbol, y el árbol se inclinaba y sufría.

Y tú eres el río –dices.

Y tú eres el árbol –digo.

Una mierda.

Si no hubieras querido agua podrías haberme pedido peces, o cangrejos, o ir al cine, o acariciar el dorso de tu mano sin apretar. Pero te escondes detrás de una parábola judeomasónica para largarte con tus pies de chopo, con tu cuerpo de haya joven. Para dibujarme una culpa de ecosistema mal parido; para achacarme un daño hidrográfico de una confederación de mi estupidez, por quererte, por necesitarte.

Supongo que da igual lo que me llore encima, como si me meo -yo, río-; y que da igual que fluya lejos, al quinto coño, lo que me salga de dentro, disuelto, sin valor ya, sin opción de levantar una mano de agua y protestar; y decir que vale, que me aparto, que te dejo sitio, que te querré, pero menos, y que el resto me jodo.

La sombra –vaya mierda-; la sombra que me dabas, yo la quería. Tenerte siempre por encima, en lo que era tu sitio, más lista, más guapa, más mirándome recorrer tus pies y traerte cosas. No me pareció verte incómoda al principio. No creí que acabaras pensando que yo me apropiaba del suelo que te barría. ¿Es eso? ¿Una cuestión de propiedad? ¿Te imaginas muriendo porque no hay suelo?, ¿o es porque crees que el suelo ahora lo tengo yo? ¿Te he quitado tus amigos, tu familia, leer en el sofá con el pie descalzo sobre la mesa y una revista pegada en el talón? ¿Te he quitado la cara deformada de Ana Rosa Quintana de tu tobillo de árbol?

Tal vez piensas, en realidad, que yo era un viento del carajo que te soplaba las ramas y despeinaba las hojas. Que te doblaba el tronco y te hacía crujir los anillos. Los vientos son más de ir por ahí a su aire, levantando tejados y tirando postes. Tal vez prefieres que sea un viento de mierda, de ésos que se revuelven y te dan la vuelta al paraguas; de ésos que primero te aspiran y luego te soplan, como si quisieran comprobar que todas tus vértebras funcionan.

¿Quieres que sea viento?

Te habría creído equivocada si me culparas por viento. Te habría creído desubicada, por pensar que yo corría a tu alrededor, sobre tu cabeza, con la intención de hacerte bailar, de hacerte crujir. Te habría creído equivocada por sobrevalorarme. Sólo equivocada.

Habría sido mejor que creerte imbécil. Un río. Una mierda. Si ni siquiera me daba cuenta de que estaba debajo mordiéndote las uñas. Si yo estaba tan contento donde estaba, que era mi sitio, que no sé cuál era, pero era ése y era mío, y tú arriba. Sonriendo desde arriba, haciéndome cosquillas con ese pelo suave de niña; cosquillas en las cejas, cosquillas en las cejas y la sombra de tu mentón.

Imbécil porque me siento idiota. Como si hubiera podido medir el cariño que te daba y darte un poco menos. Imbécil porque abandonar a alguien debería ser dejarlo cabizbajo, negando suavemente con unas lágrimas expropiadas de su hogar, que son las mejillas. Imbécil porque me dejas mirando al cielo, sorprendido, gritando ¡¿qué coño dice de un árbol?!, en lugar de estar susurrando penas y congojas, planeando con un dedo en mi rodilla futuros encuentros en los que recuperarte.

Así que nada, ya han venido con la máquina. Y con esas cinchas tan fuertes te han sacado sin apenas esfuerzo, como si tus raíces de chopo no le tuvieran ningún apego al suelo. Y del cepellón de siete años caían fotos de vacaciones y aquella Ganesha de plata que te regalé. Y me ha dado la impresión de que tus pies se sacudían la tierra como molestos, como aliviados; como la gente en la playa quitándose la arena antes de ponerse las chancletas para ir a casa y no manchar con los recuerdos.

El agujero es grande. Sorprende cuánto soporte necesitan a veces las cosas. Primero se ha llenado de agua. Una especie de repaso de la memoria en el vacío que has dejado, supongo. Han salido unos bichos de ésos con muchas patas y han desaparecido en el hueco de la primera vez que te vi.

Luego el agujero se llenará de ortigas, lo sé. Un montón de ortigas de sombra indescifrable. Y con el tiempo tal vez salga un saúco de olor asqueroso, cobijo de ratas y de ésos pájaros ruidosos de pico naranja.

Y al final tal vez crezca una higuera de mierda.

viernes, 17 de enero de 2014

Malvivir y pis de gato



La idea del suicidio

es un enorme gato suave.

Se deja acariciar,

te murmulla un placer

grave y definitivo.

Luego se va

y te deja con la mano

en el aire,

vacía y pensativa.

Y vuelve otro día

el suicidio felino

y acomoda su lomo

bajo tu mano -que ya es su mano-

y se la pone en el lomo

cuando quiere,

porque eres suyo.

Eres el suicida intermitente

de un gato que viene y va.



Malvivir

es la ausencia del gato

y el olor de su pis

en tus pantalones.