Ernesto tenía la costumbre de pensar durante mucho rato. Eso es lo que estuvo haciendo mientras yo bebía mi cerveza y apartaba aquellas amargas lágrimas de mis mejillas. Eran lágrimas de rabia y vergüenza, de ésas que no necesitan ruido ni jadeos para brotar.
Ginés acababa de salir del bar, cabizbajo, escuálido y maltrecho. Lo despedí con un “ ánimo”, después de oírle decir las palabras “tratamiento” y “unos seis meses”, con las que respondió a mi “has perdido peso, ¿no?".
Ernesto acabó su rato de pensar. Me señaló con un dedo y dijo:
–Recién aprendiste dos cosas. Debes meditar antes de hablar; y no es lo mismo un flaco que un adelgazado.
Ginés acababa de salir del bar, cabizbajo, escuálido y maltrecho. Lo despedí con un “ ánimo”, después de oírle decir las palabras “tratamiento” y “unos seis meses”, con las que respondió a mi “has perdido peso, ¿no?".
Ernesto acabó su rato de pensar. Me señaló con un dedo y dijo:
–Recién aprendiste dos cosas. Debes meditar antes de hablar; y no es lo mismo un flaco que un adelgazado.
Jejeje, va a ser que estamos conectados, ya te dije. Sólo un pero le pondría al micro: el final es demasiado explicativo. A veces uno necesita explicarse porque no ha andado muy hábil en la narración; no es el caso.
ResponderEliminarUn abrazo
No sé qué me da que lo que tú vigilas son las cámaras del Ministerio de Telequinesias y Lecturas a Distancia...
ResponderEliminarLa verdad es que se ha rebelado un poco el micro... Lo que tenía apuntado en el móvil era precisamente la última frase, que como, de por sí, no es un microrrelato, he construído empezando por el tejado, y esas cosas suelen notarse.
Un saludo.
P.
PD: esta noche no me vigiles, que voy a borrar la caché antes de cenar...