lunes, 16 de enero de 2012

Sana


En la sala de disección nunca se mueve nada. Los cuerpos, acartonados, descansan sobre las camillas mientras esperan a los estudiantes. Hoy no hay muertos a la vista. Sólo sábanas en el suelo y un rastro de charcos de formol hasta el aula; y allí, un rumor de voces sin laringe, un olor a pedos sin tripas, una pena de almas sin cerebro. Y al fondo, entre maternal y enloquecida, la voz de Damián, el vigilante, que les canta: «cura, sana, cura, sana, culito de rana».