lunes, 27 de agosto de 2012

Bemol, sostenido

El animal más extraño que yo recuerdo son los agujeros de la nariz de aquella chica libanesa. Puertas para respirar, con vida propia. Se movían, dilataban y crecían como si fueran a engullir todo en derredor. De frente, la nariz víctima de aquellos agujeros era una probóscide simple, ni alta ni baja, ni chata ni asesina. Sin embargo, una vez, una sola, me aventuré, desde el supuesto cobijo del regazo subyacente, a mirarlos desde abajo.
No eran iguales. Adiós al mito bilateral.
Tenían en común el portal como función, ser barbacana de un territorio pituitario; ocular, tal vez, de un periscopio para el cerebro. Sin embargo, y esto es lo temible, sus curvas eran desiguales, como si fueran a silbar notas dispares en una especie de polifonía nasal.

viernes, 17 de agosto de 2012

Instrucciones para resucitar

Escucho al vecino vociferar, y me noto muerto. Pongo la tele, les advertimos de la dureza de las imágenes que acaban de ver. Yo no miraba, pero lo he oído todo; el golpe, los lloros, el tumulto, yo qué sé; una mierda.
Tomo un libro y me detengo en las esquinas superiores, apenas dobladas; las palabras dan igual si te notas muerto.
Un refresco, una cerveza, lo que sea que haya en la nevera. Por pasar el rato. Agua del grifo. Al final, agua del grifo. Para notarme muerto bebo un vaso.
Clan, clan, me noto vivo.
Estoy.
Movería las orejas si pudiera.
Clan, clan, trrr, clan.
En el baño, clan, clan.
Me siento allí, delante, a observar. Mejor que la tele. Entre la espuma. Aunque haya sido sin querer. Para sentirse vivo hay que escuchar monedas en la lavadora.