lunes, 31 de mayo de 2010

Profesional

La cena se enfriaba en la mesa. Damián, la frente contra la pared, sujetaba el aparato.
–Ya.
–...
– ¿Fue él?
–...
– ¿No sabían nada? ¿No se dieron cuenta antes?
–...
– ¿No lo ven entrar y salir?
–...
–Entonces, ¿cómo llegó allí?
–...
–Voy para allá.
–...
– ¿Antes no? O un poco más tarde.
–...
–No. Prisa no. Pero cuanto antes acabemos...
–...
–Tal vez para usted no sea importante...
–...
–De acuerdo. En diez minutos.

Damián se puso el abrigo, tomó su placa, dos cargadores y el arma.

–Hijo, vuelvo enseguida. Encontraron tu chaqueta. La tenía Héctor.

miércoles, 26 de mayo de 2010

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La ingeniería del vending evoluciona paralela a como lo hace la arquitectura.
Voy a decirle algo que le hará más infeliz.
Han puesto en mi oficina una nueva máquina de comida. Es mucho más alta que la anterior. Así como los rascacielos son cada vez mucho mayores que los anteriores.
Las patatas que yo suelo comer están en la fila de arriba –en el último piso–. Pulso el 15 y observo los alambres girar sobre sí mismos. Y no quiero mirar, pero miro.
Antes las patatas simplemente caían. Ahora que están más altas –en el último piso– ya no se limitan a caer. Ahora saltan al vacío.
Haga lo que hace todo el mundo. Mire hacia otro lado.


martes, 25 de mayo de 2010

El gato con botas revisited

Para la Tercera Propuesta de Anónima Mente: Actualización de cuentos, mitos, leyendas...


El gato con botas apareció de un salto en la terraza del balneario, convencido de que su aterrizaje sorpresivo cautivaría a todos los presentes. No logró, sin embargo, más que miradas de reproche por parte del perro con piercing, el canario con mechas, el burro con chaqueta y el cerdo vietnamita con calzones de Calvin Klein.
En esta época del año, las mascotas en Saint-Moritz involucionan con sus amos.

lunes, 24 de mayo de 2010

Soft and only

La de los días de lluvia suele acercarse en silencio, se inclina, me mira con resignación y acaricia mi mano. Se sienta en la silla y lee durante un par de horas. Me da un beso y se va.
La de los días soleados taconea al llegar, deja su bolso en la silla, me observa, ladea la cabeza y me peina. Luego coge el bolso de la silla, se sienta, juguetea con el móvil y se va.

Mi preferida viene todos los días. Huele bien. Pone sus dedos a los lados de mi boca y luego estira hasta hacerme sonreír. Ésa no es hija mía.

jueves, 20 de mayo de 2010

La garganta del sinsonte

– Con la venia del tribunal, presento ante Su Señoría las pruebas del caso: “La voz de esta señora ya no es sólo suya, ahora es de todos“. Expediente 271073, con fecha de 20 de Mayo de 2010. Procedo a resumir los hechos que acontecen... [...] Siendo sucesos demostrados que las costumbres nocturnas... [...] así como que los mínimos cuidados necesarios para el apropiado mantenimiento del timbre característico... [...] mientras que, por otro lado, la indudable capacidad de poner los pelos de punta... ¿De qué se ríe Su Señoría?
– Los pelos de punta, ha dicho, ¿no? –dijo el juez, sonriendo– prosiga.
– Gracias. Por el bien de las generaciones presentes y futuras, y de la señorita en cuestión, le ruego tenga a bien estimar las grabaciones aquí almacenadas como evidencias suficientes que avalen la necesidad de considerar la voz de la interpelada como “Patrimonio de la Humanidad” y por tanto... ¿De qué se ríe Su Señoría?
– Proceda buen hombre –dijo el juez– , pero rapidito.
– Prueba número uno. “Moody’s Mood For Love
[...]
– ¿Señoría? ¿Eso son lágrimas? ¿Y los pelos?
– De punta, abogado –dijo el juez– . Traigan aquí a esa mujer.

lunes, 17 de mayo de 2010

Ectosimbiosis

Llevo unos días con un terrible dolor de espalda. Creo que no duermo bien, que no descanso. Parece que la culpa es del colchón. Lo noto deforme, vencido, como desestructurado.
He visto un anuncio en el periódico: “Colchones” –decía–. “Arreglos, consultas, apaños con la garantía”.
He ido hasta allí. La puerta estaba abierta. He mirado dentro. Sentado ante el escritorio, un hombre de aspecto terriblemente profesional escuchaba a mi colchón quejarse.
– No descanso –decía con acento de látex–. Tengo al inquilino deforme, vencido, como desestructurado.

viernes, 14 de mayo de 2010

Petit Toulouse

Ni subido a una escalera conseguiría besarte. Pobre mínimo rival –pensaba yo.
Lo observaba desde arriba y me hacía gracia lo escaso de su pelo, la longitud de su abrupta nariz.
Debieron de ser sus tupidas y expresivas cejas, que me impidieron ver cómo te sonreía.
-Esta gente contrahecha se muere pronto –te dije, queriendo dejar una pequeña piedra en el calcetín de tu conciencia-. Les cabe poca vida.
Por eso me extrañó morir tan pronto. Y más me extrañó morir de rabia. Fue el día en que os vi pasear riendo juntos, con gorjeos de pava en celo.
-Me abraza suave –dijiste-. Me abraza las rodillas.

jueves, 13 de mayo de 2010

Jura y Laurio

La mujer que había dentro de mí tenía los ojos color avellana. Casi seguro. Y tuvo un cuerpo atractivo. Tal vez no fuera espectacular, pero era bonita. Creo.
Sonreía a los hombres tranquilos y miraba atenta a los bebés, encandilada. Eso recuerdo.
La mujer que había dentro de mí, se ahogó hace ya tiempo en un cubo lleno de un líquido viscoso que olía a miedo y prejuicio.
Hace más de cuarenta años que mi esposa me mira como si entendiera. Tal vez vivía un hombre dentro de ella. Tal vez él sonreía a las mujeres tranquilas. Fue un hombre guapo. Casi seguro.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Qué susto

Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños, que solían quedarse en el sofá cuando su madre y yo discutíamos.
Llevaba dos días fuera, paseando, pensando en mi matrimonio; en irme, en quedarme.
Encontré al pequeño y su osito. Los cargué en brazos y los llevé a la cama.
La otra cama estaba vacía, en el suelo, arrugado, el pijama del mayor. Y una nota: “me voy”.
Lo busqué durante horas, en el jardín, en el garaje, en el parque, junto al río.
Cuando volví él estaba en su cama, despierto.
-¿A que no estaba cuando has venido? –dijo-. Qué susto, ¿eh? A mí me pasó igual contigo.

martes, 11 de mayo de 2010

Ensayos sobre la muerte II

Luego se fue corriendo. Jamás recuperé mi jersey, empapado en sus lágrimas, y jamás olvidaré cómo se agarraba la cabeza, el pecho, la cara. En ese orden.
Seguí viéndola. Hablábamos, paseábamos, se acercaba, me alejaba. Pero nunca supe pedirle perdón.
Ayer coincidimos en el hospital. Quise decirle algo, disculparme.
-Un golpe tonto –me dijo sonriendo-. Un par de radiografías y a casa.
Cuando vi al celador sacar su camilla me levanté. Y cuando vi la sábana cubriendo su rostro me senté.
En la sala de espera me agarro la cabeza, el pecho, la cara. En ese orden.

lunes, 10 de mayo de 2010

23 de Octubre - 22 de Noviembre

Hacía más de un mes que el pequeño monstruo negro la visitaba. Siempre después de las diez, el animal aparecía bajo la sábana, en el lado izquierdo de la cama.
No lo veía como una amenaza. Como un intruso, tal vez.
Acercó la mano y le permitió pellizcar sus dedos índice y medio. Le dejó bailar adelante y atrás, a izquierda y derecha. Tarareó un breve tango y observó al bicho depositar esa extraña cápsula puntiaguda junto a la almohada.
Había leído suficiente. Sabía por qué el alacrán bailaba cada noche.
-No va a poder ser –le dijo-. Tendremos que adoptar.

domingo, 9 de mayo de 2010

De la muerte y otras cosas normales a las que hay que acostumbrarse

Por lo general hay dos tipos de puertas. Aquellas cuyo eje es vertical te pillan los dedos. Eso es la muerte de otro. Hay otras puertas cuyo eje es horizontal, como la puerta de mi garaje. Ésas son la propia muerte.
Yo meto el coche al garaje, me esfuerzo por levantarme del asiento; me acerco a la puerta, agarro el cordón atado al picaporte y tiro hacia abajo. El ruido in crescendo de la puerta corriendo por su guía es el sonido de la vida escapando. Y, al final, el golpe seco. Dummm. Siempre que he muerto ha sido así.
La puerta del baño, la puerta de tu dormitorio; ésas tienen el eje vertical. La muerte de otro es como pillarte un dedo. El dolor no es constante. Duele con un latido. El del corazón, supongo. Pompóm, el dedo, pompóm, la uña, pompóm, el dedo. La muerte de otro viene y va con un latido similar. Se ha muerto. Se ha muerto. Se ha muerto. Se ha muerto. Se ha muerto...
Con los años las cosas cambian. Murió hace tiempo. Murió hace tiempo. Murió hace tiempo. Murió hace tiempo. Murió hace tiempo. 

lunes, 3 de mayo de 2010

Golden Retriever

Me había mudado hacía cinco semanas. Era un barrio con lechería, con bazar; un taxi, una puta... Un barrio como cualquier otro. Un barrio de mierda.
El cartero salía del bar cuando yo salía de casa, de modo que nunca recibí mis cartas por la mañana. Lo veía caminar despacio -era cojo el cartero-. Llamaba en la casa del toldo amarillo y esperaba a que saliera el perro.
-Guau -decía el cartero.
-Guau -decía el Retriever.
El cartero le daba la correspondencia y seguía su camino.
Contemplé la escena cada día. Pensé en un inválido, pero vi a la mujer subida en el alféizar, limpiando los cristales. Pensé en un ciego, pero vi al hombre observando bajo la falda de la mujer que limpiaba los cristales.
Un sábado encontré a la mujer en el bazar. Llevaba en una mano un bote de limpiacristales y en la otra un liguero nuevo.
Le pregunté por el perro.
-Está bien, gracias -me dijo-. ¿Le hizo algo? ¿Lo tuvo esperando?
-No, no -contesté.- Sólo quiero saber por qué siempre abre el perro la puerta.
-Y... -dijo ella-. Echamos a suertes hace ya tiempito. A mi me tocó enseñarle el culo al viejo. Y al pobre Nelson, abrir la puerta.


Editado el 1 de Junio de 2010.
Golden Retriever, recibe mención en el Concurso #54 de Las Historias