Hacía más de un mes que el pequeño monstruo negro la visitaba. Siempre después de las diez, el animal aparecía bajo la sábana, en el lado izquierdo de la cama.
No lo veía como una amenaza. Como un intruso, tal vez.
Acercó la mano y le permitió pellizcar sus dedos índice y medio. Le dejó bailar adelante y atrás, a izquierda y derecha. Tarareó un breve tango y observó al bicho depositar esa extraña cápsula puntiaguda junto a la almohada.
Había leído suficiente. Sabía por qué el alacrán bailaba cada noche.
-No va a poder ser –le dijo-. Tendremos que adoptar.
Jijiji, no me lo esperaba...
ResponderEliminarUn beso!