Ni subido a una escalera conseguiría besarte. Pobre mínimo rival –pensaba yo.
Lo observaba desde arriba y me hacía gracia lo escaso de su pelo, la longitud de su abrupta nariz.
Debieron de ser sus tupidas y expresivas cejas, que me impidieron ver cómo te sonreía.
-Esta gente contrahecha se muere pronto –te dije, queriendo dejar una pequeña piedra en el calcetín de tu conciencia-. Les cabe poca vida.
Por eso me extrañó morir tan pronto. Y más me extrañó morir de rabia. Fue el día en que os vi pasear riendo juntos, con gorjeos de pava en celo.
-Me abraza suave –dijiste-. Me abraza las rodillas.
Lo observaba desde arriba y me hacía gracia lo escaso de su pelo, la longitud de su abrupta nariz.
Debieron de ser sus tupidas y expresivas cejas, que me impidieron ver cómo te sonreía.
-Esta gente contrahecha se muere pronto –te dije, queriendo dejar una pequeña piedra en el calcetín de tu conciencia-. Les cabe poca vida.
Por eso me extrañó morir tan pronto. Y más me extrañó morir de rabia. Fue el día en que os vi pasear riendo juntos, con gorjeos de pava en celo.
-Me abraza suave –dijiste-. Me abraza las rodillas.
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