Por lo general hay dos tipos de puertas. Aquellas cuyo eje es vertical te pillan los dedos. Eso es la muerte de otro. Hay otras puertas cuyo eje es horizontal, como la puerta de mi garaje. Ésas son la propia muerte.
Yo meto el coche al garaje, me esfuerzo por levantarme del asiento; me acerco a la puerta, agarro el cordón atado al picaporte y tiro hacia abajo. El ruido in crescendo de la puerta corriendo por su guía es el sonido de la vida escapando. Y, al final, el golpe seco. Dummm. Siempre que he muerto ha sido así.
La puerta del baño, la puerta de tu dormitorio; ésas tienen el eje vertical. La muerte de otro es como pillarte un dedo. El dolor no es constante. Duele con un latido. El del corazón, supongo. Pompóm, el dedo, pompóm, la uña, pompóm, el dedo. La muerte de otro viene y va con un latido similar. Se ha muerto. Se ha muerto. Se ha muerto. Se ha muerto. Se ha muerto...
Con los años las cosas cambian. Murió hace tiempo. Murió hace tiempo. Murió hace tiempo. Murió hace tiempo. Murió hace tiempo.
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