Tal vez fueran los , pero yo siempre pensé que eran las termitas. De noche, en aquel establo reformado, a los pies del Pirineo, se oían arañazos y en la madera de las vigas. Eso es exactamente lo que ahora oigo aquí arriba; con la diferencia de que esto no es el techo, sino mi cabeza, y lo que se deshace es mi cerebro. En el suelo quedarán, como serrín, los restos de lo que olvido; que ahora son sólo palabras, pero que dentro de un tiempo –dicen- serán recuerdos, nombres, caras, funciones.
En resumen, me ha dicho el que dentro de un par de años, alguien, que yo no reconoceré como mi propia hija, llorará mientras me limpia el barro de la cara en un parque desconocido a varios de mi casa, seis o siete horas después de haberme extraviado; y yo sonreiré asustado.
Así que ahora, con permiso, cojo este , aprieto el y os dejo tranquilos. Muchas gracias.
Aloysius Marktbreit
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ResponderEliminarMe parece que has representado en tu micro bastante bien esos huecos que se producen en el cerebro por la triste pérdida de neuronas acelerada en enfermedades degenerativas.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Un saludo indio
No vale, en los comentarios no me deja hacer elipsis, y eso que me había quedado todo muy clarito.
ResponderEliminarBueno , te decía que me ha encantado, y que voy a leerlo unas cuantas veces más a ver si suplo los huecos con mi escasa imaginación de lunes.
Un abrazo
Uf. Sin ... ¿Qué se .... decir?
ResponderEliminarEn esta nota de suicidio delirante, señalas lo terrible de esta enfermedad. Y no es precisamente su avance, ni la propia degeneración de estar muerto en vida, sino ese preciso momento en el que con lo poco que aún te queda descubres lo que realmente te va a pasar.
ResponderEliminarEstupendo, Gabriel.
Un abrazo.
Sin padecer ( espero) de momento, enfermedad degenerativa alguna, ya empiezo a tener problemas en encontrar algunas palabras, que se empeñan en atascarse en algún recoveco de la memoria. Me gustó tu relato.
ResponderEliminarCreo que ese momento de cordura en el que todavía eres consciente de lo que pierdes y sabes lo que var a perder tiene que ser demoledor.
ResponderEliminarSaludillos impresionados por el relato
Bien vaciado el texto, Gabriel. Elíptico (por la elipsis) en forma y en fondo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Imaginativo recurso el de los huecos en blanco que nos da una prueba textual y visual de la enfermedad a la que el protagonista se está refiriendo en este monólogo interior. Muy bueno. Un abrazo.
ResponderEliminarMe impresiona lo del serrín y los ruidos en el cerebro, sobre todo, la similitud con las termitas.
ResponderEliminarMuy bien escrito y elidido.
Un abrazo
Conmovedor. Impresionante.
ResponderEliminarExtraordinario Gabriel, un micro que merece ser guardado en una cajita de maravillas.
Un abrazo admirado
Has transformado un relato que tengo muy presente en un botecito de esencia demoledora. Tal vez te preguntes aún cómo le sentaría a tu experimento una distancia más larga; intuyo que extraordinariamente bien.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo estoy de acuerdo en todo con Jesus ;););)
ResponderEliminarPues eso
Abrazo pues
Me gusta mucho esa etiqueta, Experipento.
ResponderEliminarEl micro también. Y el establo en los Pirineos. Seguro que allí relinchaban los apalusos.
Hace poco escribí un relato breve en el que utilizaba el recurso de eliminar las palabras olvidadas. En ese caso ponía puntos suspensivos, pero era algo -como bien se me dijo- que se hacía incómodo, extraño. Más tarde pensé que la falta de memoria sí es incómoda y extraña, y que eliminar la palabra, y dejar el hueco, bien podría reflejar esa situación. Aquí está el experimento.
ResponderEliminarGracias, David, Ángeles, Elisa, Agus, Araceli, Puck, Víctor, Maite, Anita, Patricia, Jesus y Ro.
Odysteus elyptycus, gracias y gracias. El establo aquí se llama borda, y si te portas bien y me visitas, te llevaré de excursión a Belagoa.
Saludos
Gabriel
Poco queda por decir, es lo que tiene llegar tarde, sólo que me ha gustado mucho. Muy buen experimento con un resultado demoledor.
ResponderEliminarUn abrazo
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ResponderEliminarPor fin tengo un rato. En realidad siempre llego tarde porque así, cuando aterrizo, casi todo está dicho y yo puedo dedicarme a comentar detalles que me impresionan más allá del conjunto del micro.
ResponderEliminarEl experipento de los huecos está logrado, es lúcido y es ocurrente, pero me quedo con el centro del micro, con esas dos imágenes sobrecogedoras que quedan enlazadas en el momento del salto temporal hacia delante: me refiero, en primer lugar a la imagen -de una extraordinaria potencia lírica- de las termitas como trasunto de esa invisible carcoma llamada Alzheimer que va aniquilando todo lo que somos: palabras, sueños, recuerdos, instancias fisiológicas. La segunda imagen, proyectada hacia el futuro ya devastado, no deja de ser menos impactante: la cara de barro y la sonrisa asustada del protagonista son sobrecogedoras. Por el propio drama de la situación futura y porque la contemplación de ese momento, con toda su carga trágica, es la que le hará apretar el en el presente de la narración.
Esas dos imágenes, para mí, le dan una altura casi excelsa al micro, más allá de la sorpresa final y más allá del experipento de los huecos como representación de las palabras olvidadas.
Un gran trabajo Gabriel. Una pieza excelente. Así que enhorabuena.
Un abrazo con aplausos previos.
Vaya, me ha pasado lo mismo que a Ángeles. He intentado envolver la palabra gatillo en un silencio tipográfico y no me ha dejado el dichoso editor en html. En fin....
ResponderEliminarDavid, gracias. Hay algo en el micro que a mí se me hace incómodo, y es ese final con suicidio. Pesimista, desesperanzado, o peor: desilusionado. No me gustaría que lo leyera alguien que está perdiendo la memoria, y que lo único que dijera fuese: "vete a la mierda".
ResponderEliminarIván, nunca es tarde. Te agradezco el detalle de analizar las imágenes. He intentado leer algo sobre el Alzheimer, pero apenas hay nada desde el punto de vista del paciente, así que son todo elucubraciones. La sonrisa asustada es, probablemente, mi imagen favorita; porque no conseguí plasmar claramente el entrecejo liso y brillante que produce la pérdida de expresividad.
Saludos
Gabriel, en El País Semanal hicieron una entrevista a Pascual Maragall, sobre su alzheimer, por si te interesa leer algo desde su punto de vista. No te puedo decir fecha... pero quizá en hemeroteca lo encuentres. Suerte!
ResponderEliminarDicen que Iris Murdoch, en un vuelo, no supo qué hacía en aquel avión ni a dónde iba y que ahí fue consciente de su enfermedad. Dicen. Tal vez sea una leyenda, pero creo que debe de ser espeluznante darte cuenta de que estás perdiendo la memoria, como si borraran tu vida. Un horror muy bien reflejado en tu texto, Gabriel.
ResponderEliminarBesos a pares.
Anita, Lola, muchas gracias. Buscaré esa entrevista y la película que se hizo. Me interesa mucho el tema. Hace años trabajé en estrés y depresión, y estuve a punto de seguir para trabajar con esclerosis y Alzheimer.
ResponderEliminarComo tú dices, Lola, lo terrible debe de ser darse cuenta. Porque si te das cuenta de que te vas a morir, puedes despedirte, puedes hacer lo que te falte por hacer, rezar... y luego llega y ya está. Ahora sí, ahora no.
Pero con este tipo de enfermedades que llegan e invaden... Una mierda todo.
En los microrrelatos es siempre muy importante lo que no se dice: tu texto lo ilustra a la perfección.
ResponderEliminarAbrazos admirados, de nuevo,
PABLO GONZ
No me suelen entusiasmar los textos referentes a enfermedades reales (aunque los he escrito), prefiero las que son inventadas, pero el tuyo me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMuy bueno el relato, con sus blancos como la mente en blanco. Con esos restos de serrín que son los únicos restos que deja la carcoma del olvido.
ResponderEliminarEl experimento te salió muy bueno. De no suicidarse el protagonista, al final sería un relato sin palabras.
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