lunes, 30 de agosto de 2010

Wurlington interpreta los sueños

Paseaba yo junto a mi querido Wurlington por una playa del mar Menor. Le contaba que es en vacaciones, libre de horarios, cuando recuerdo mis sueños más fácilmente.
Wurlington movió las orejas en un gesto que le caracteriza, y que indica que está prestando la máxima atención.

Wurlington siempre ha querido ser un experto en la interpretación de los sueños. Yo no digo que no lo sea; sólo pienso que es muy poco convincente. Una vez quiso persuadir a Lady Traumworth de que aquellas pesadillas en las que despertaba bañada en sudor y gritando ¡Tally-ho!; eran consecuencia de su afición al bacarrá, y hacían obvia alusión al calor que hace en los casinos. Fue entonces cuando descubrimos que Wurlington era el único que desconocía la sórdida relación entre Lady Traumworth y el mozo que cuidaba de los perros de Lord Traumworth. También fue entonces cuando Lord Traumworth decidió doblar el número de perros en su jauría. Al mismo tiempo contrató a un nuevo mozo, más apuesto y más alto que el primero. Luego compró pistolas para ambos.
Por ésta y por otras historias semejantes ya nadie hace caso de las interpretaciones de Wurlington acerca de los sueños, si bien las escuchamos con sumo deleite, siempre dispuestos a sonreír y a avisarle de algún romance que le haya pasado desapercibido.
Bien. Yo acababa de contarle a Wurlington que había soñado con mi mujer. Él apenas me dio tiempo a entrar en detalles y ya estaba disertando acerca de la conveniencia de soñar con una u otra mujer, para acabar rematando el discurso con un rotundo:
–Soñar con la mujer de uno mismo significa, sin duda, una restricción evidente del sueño, al que se limita, se recorta, se lo aleja del reflejo del subconsciente. Querido, los sueños son para rozar con la punta de los dedos todo aquello que de verdad deseamos... Y, ¡oh!... ¡Oh, cielos, rufián afortunado! ¿De verdad soñó usted con su mujer?

jueves, 26 de agosto de 2010

Linda Cathleen

Salgo del laburo. Veo al jefe buscando su auto.
Encuentro el mío y arranco. El jefe saluda.
Cathleen camina por el parking. Es nueva. Linda. Lo más lindo. Morocha, menuda, con enormes ojos negros en forma de bombilla de mate... Igual. Me la quedé mirando. Ella me vio. Sonrió Cathleen, lindos dientes escoceses. La saludé. Linda Cathleen.

Pisé algo.

Arrollé al jefe. Boludo de mierda, ahí parado.
Bajé del auto. Vi que me señalaba.
Mi jefe culpa a la gente. Es un gran repartidor de mierda.
Me acusaría. “No miraste, no sabés manejar, tarado”.
Tomé su cabeza y la golpeé en el piso. Varias veces. No quise escuchar. Lo maté porque miré a Cathleen. Linda Cathleen.

El jefe aún me agarró la camisa.
–Fue mi culpa –dijo–. Me quedé mirando a la morochita escocesa –dijo–. Linda –dijo–. Lo más lindo.

viernes, 20 de agosto de 2010

Scusi


Mamá era abogada, de ésas que consiguen que los malos no salgan bajo fianza. Decían que incluso el estrado temblaba cuando mamá interrogaba.
Yo sólo recuerdo que cantaba canciones de Sarah Vaughan mientras untaba la mermelada en mis tostadas. Cantaba como los ángeles, o, mejor, como Sarah. Y exprimía las naranjas, y dejaba el zumo sobre la mesa al tiempo que me revolvía el pelo y tarareaba “despierta marmota”.
Hace ya veinte años que mamá no está.
Y hace ya veinte años que recibo por correo, cada seis de Enero, un disco de vinilo de Sarah Vaughan. Alguno se ha repetido. Lo que no cambia nunca es la nota que lo acompaña:

Mis excusas, bambino. Jamás maté a otra mujer con la voz tan bella.
Palermo, a 31 de Diciembre...

miércoles, 18 de agosto de 2010

Platonicol Complex

Creen que es alergia, pero es amor. Mamá está preocupada. Ya no sabe si son las camisas, la lactosa o el centeno. El director y los otros me miran como si me fuera a morir en cualquier momento, y ninguno quiere estar delante cuando ocurra.
A mi me da igual, porque, a eso de las once, jadeo un poco y toso con un ruido como de arrastrar sillas. Abren la ventana de clase para que respire. Saco la cabeza y te veo venir por la calle Bergamín, con tu falda de cuadros y los calcetines caídos.

¡Qué buen jarabe, tu sonrisa!
Fresca, brillante, antihistamínica.

lunes, 16 de agosto de 2010

Cool Hand Luke

Cool Hand Luke
Damián era un respetable hombre de letras. Dueño de su propio bufete, siempre actuó de forma cabal, demostrando, en conjunto, buen juicio y saber hacer.
Sus amigos, sin embargo, sabíamos que tenía en la cabeza un pequeño interruptor con forma de Óscar, una palanca escondida que sonaba con un ruido como de claqueta. Algo capaz de hacer que se quedara mirando al cielo y dijera: “Me encanta el olor del Napalm por la mañana”, o “Yo tenía una granja en África”.
El día que lo encerraron, todos pudimos imaginar la mirada indomable en sus pardos ojos de Paul Newman mediterráneo. Defendía a su propio hijo por pisarle la cabeza a un hombre con bigote, cuando, sobre un andamio, una joven comenzó a limpiar con su esponja la ventanilla abatible de la cristalera de la sala número tres.
Damián sonrió, miró al juez y gritó: “Puedo comer cincuenta huevos”.

viernes, 13 de agosto de 2010

No funcionó

Contemplábamos confusos el metal bajo la enorme masa gris.
Empujamos en vano con palancas, con los hombros. Alguien trajo desde Chimbacuaya la única grúa que había en la zona. Enganchamos las cadenas, anudamos las cinchas y cruzamos los dedos. Imposible.
No tuvo el alcalde tiempo ni ganas de volver a llamarles para que no vinieran, así que salimos todos por televisión, cabizbajos, humillados.
En un pueblo pequeño pueden darse dos casualidades a lo largo de un siglo. En el nuestro se dieron las dos casi a la vez.
Primero aterrizó el platillo.
Luego cayó el elefante.

lunes, 9 de agosto de 2010

Bowling for Meschiya Lake

Tal vez a ustedes les parezca un juego terrible, pero visto desde fuera tiene su gracia.

La hermana pequeña toma en sus manos una enorme pelota de madera y se esconde tras la esquina de una casa vieja de Bourbon Street. Mientras tanto, Meschiya Lake mueve esos tobillos apenas tatuados y entona canciones que paralizan a cuatro de cada seis peatones. Se detienen gustosos, felices, encantados.
Y ya no pueden echar a andar.

Entonces la hermana pequeña sale de su escondite, da tres pasos y gira el cuerpo con gracia mientras arroja la pesada pelota y derriba unos cuantos paralizados.
La hermana de Meschiya es sordomuda; y Meschiya se siente culpable, porque no puede cantarle.

jueves, 5 de agosto de 2010

Reunión de jirafas

Cranes at sunset
Están construyendo mucho junto al hospital. Estaban construyendo.
Esta mañana he mirado por la ventana. He contado ocho grúas trabajando, girando ese enorme cuello horizontal del que cuelgan tuberías, palés con ladrillos...
De pronto se han detenido. Todas han dirigido su morro hacia mi ventana. Una de ellas, la azul, ha inclinado la punta a un lado, como un animal curioso, vigilándome. Luego han empezado a moverse, la azul en cabeza, las amarillas detrás. Han ido hacia ese campo de trigo. Allí se están reuniendo, llegan de todos lados. Hay varios cientos. Viran sus cabezas y cuchichean. Luego miran hacia mi ventana. Vendrán. Seguro.

lunes, 2 de agosto de 2010

Pisarse una mano en casa de las Moorland

Martin Fiddlebrooke era una de esas personas llanas, simples, inconclusas. Hasta que un día casi lo mata una mariposa.
Maculinea arion, by PJC&Co

Estando sentado sobre la cancela que separaba las tierras de Pontcanna y Llandaff, el joven Fiddlebrooke decidió increpar en voz alta a la pobre Bettysey Moorland, que pasaba por allí. Luego, la saludó moviendo los brazos al tiempo que tomaba aire con la boca abierta y aspiraba, sin querer, un enorme ejemplar de Maculinea arion.
El veterinario, tras practicarle una lepideptomía urgente, escuchó del propio Fiddlebrooke que el suceso era una señal, y que su vida iba a cambiar.
Comenzó entonces el joven Fiddlebrooke a frecuentar a la familia de las chicas Moorland, con la intención de aprender costumbres menos escuetas.
Nadie le dijo que las señoritas Moorland son peculiares en la intimidad. La mayor, Valentine, se pisó una mano después de atarse una bota, Eilir convenció a un ladrón de que se fuera sin robar y dejando propina, Cathleen gusta de apostar con la gente sobre cualquier cosa, pero siempre poco dinero; Bettysey suele mostrar su brazo derecho, musculoso como el del herrero porque escribe muchos cuentos para niños; y Jumble, la menor, dice que donde ella siempre ha tenido mucha fuerza es en la mandíbula.
Ayer el joven Fiddlebrooke volvió a casa del veterinario; había conseguido introducirse en el ombligo cuarenta y tres garbanzos medianos.