En un pueblo que se llamaba Visavis había dos casas enfrentadas. Dos puertas, doce ventanas, cientos de agujeros en las fachadas. Y una fuente en la calle. Mugía una vaca con hambre detrás de cada casa. También había dos teléfonos sonando para ver qué tal está el abuelo.
Me parece que la fuente está seca, como las ubres de las vacas. O quizá de su caño brotan aguas envenenadas.
ResponderEliminarOjalá fuese Gila quien cogiese el teléfono. No sé si la guerra terminaría, pero lo que nos íbamos a reír...
La soledad, la vorágine de la vida después de la guerra, de la muerte, y del objeto que resta como vestigio del desaliento. Un mugido de vaca y un teléfono sonando. Poesía.
ResponderEliminarUn texto de autor, excelente.
Abrazos.
Queda sutilmente abierta la posibilidad de que una lucha fraticida fuera, al abuelo están buscando. Muy real, muy bueno.
ResponderEliminarEn tan pocas líneas se cuenta mucho y, sobre todo, queda la puerta abierta a la imaginación.
ResponderEliminarEnhorabuena, una historia muy visual.
Odys, sin duda Gila lo arregaría todo, no es mala idea.
ResponderEliminarAbrazos astures
Agus, mil gracias. El vestigio, sí, inútil al final. Aunque tan útil y descriptivo.
Abrazo
Petrus, sutil y abierto, suena bien. Muchas gracias.
Abrazo
Alex, muchas gracias, y bienvenido.
Saludos