El evidente pulso firme del fotógrafo hace improbable que aquello que se mueve al fondo sea otra cosa que un espíritu -llamémoslo Odilio-. Los pies, otra prueba irrefutable, no son capaces de traspasar los raíles por los que discurren las estanterías que contienen las joyas, pues Odilio vive allí. No sale.
Para no desentonar –no todo el mundo gusta de tratar con entes de tacto difuso–, Odilio viste conforme a lo establecido en cada día, en cada año, y por su camisa remangada deducimos una agradable temperatura. Esto no concuerda con el largo jersey que Pablo muestra cubriendo sus muñecas, signo inequívoco de una breve y pacífica convalecencia, vesícula, amígdalas, extirpaciones nimias.
La larga línea de la vida, las uñas cuidadas, el mimo para con los grandes objetos, no son más que muestras de que la literatura, en manos de este hombre, tiene un futuro prometedor. Gracias.
Lo demás es obvio. Una espiral de grandes autores. Tres.
Son unos manguitos de lana que le encargué a mi suegra porque me tejió un jersey demasiado corto. Ahora suelo contar el bulo de que en el sur de Chile se hace así porque los extremos de las mangas se mojan con la lluvia.
ResponderEliminarAbrazo inspirando, mirada apretando los maxilares, abrazo con la risa floja,
P