miércoles, 28 de marzo de 2012

Cosas que ver en una foto

A Odilio, Pablo, Cortázar y Saki


El evidente pulso firme del fotógrafo hace improbable que aquello que se mueve al fondo sea otra cosa que un espíritu -llamémoslo Odilio-. Los pies, otra prueba irrefutable, no son capaces de traspasar los raíles por los que discurren las estanterías que contienen las joyas, pues Odilio vive allí. No sale.
Para no desentonar –no todo el mundo gusta de tratar con entes de tacto difuso–, Odilio viste conforme a lo establecido en cada día, en cada año, y por su camisa remangada deducimos una agradable temperatura. Esto no concuerda con el largo jersey que Pablo muestra cubriendo sus muñecas, signo inequívoco de una breve y pacífica convalecencia, vesícula, amígdalas, extirpaciones nimias.
La larga línea de la vida, las uñas cuidadas, el mimo para con los grandes objetos, no son más que muestras de que la literatura, en manos de este hombre, tiene un futuro prometedor. Gracias.
Lo demás es obvio. Una espiral de grandes autores. Tres.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Caracola

Surgió el tiburón de la caracola y arrancó la cabeza del niño que escuchaba el mar, tan real. Y luego, esa agonía rasposa del tiburón en el suelo de la cocina se vio interrumpida por un latigazo de pulpo, que brotó de la caracola para enrollarse alrededor del escualo y llevarlo de vuelta al fondo del mar, con las olas y la cabeza del niño.



Surgió el tiburón de la caracola y arrancó la cabeza del niño que escuchaba el mar, tan real. Y luego, esa agonía rasposa del tiburón en el suelo de la cocina se vio interrumpida por un latigazo de pulpo, que brotó de la caracola para enrollarse alrededor del escualo y llevarlo de vuelta al fondo del mar de la imaginación, con las olas y la cabeza del niño.

martes, 13 de marzo de 2012

Sus labores

Mamá era plañidera en una fábrica de pañuelos. Tenía los ojos marrones, de hayedo húmedo, descoloridos y azules de tan gastados. Empapaba los pañuelos y decía «una capa más, un gramo menos de fibra».
Mamá no tenía horario, se iba cuando le dolía la cabeza, y a menudo trabajaba en casa. Le pagaban el desconsuelo a peso.
Así nos mantuvo durante años, hasta que un día se secó y murió sentada en el sofá; con la foto de papá en una mano y un paquete de «aloe tissue fresh sensation» en la otra.

martes, 6 de marzo de 2012

Retrato impersonal

Trácese una sonrisa
mermada,
despacio,
con un rotulador
Carioca
de punta despeinada;
un milagro de tinta vieja.

Se añaden unos dientes
bonitos,
de brillo innecesario
bajo las mantas arrugadas
de unos labios en desuso.

Se cincela una nariz.
No es fácil;
huesuda,
importante y articulada.
Que no sea holandesa,
altiva e impertinente.

Se arranca uno
los ojos
con la cucharilla del jarabe
y los pega en el papel.

Se ofrece el retrato
al doctor
y se le dice
con toda sinceridad:
Así era mi mamá,
qué le voy a contar.