No era un fantasma quien surgió entre la niebla, aparentemente, sino Shirley Appleton, joven, picante y muy cariñosa. Llegaba antes de tiempo a su cita con Jim Chesappey, cubierta únicamente con aquella túnica blanca, y rodeada por un aura de felicidad carnal tan apasionada que casi hizo olvidar al joven Chesappey que su caballo estaba todavía suelto. Entre las escasas virtudes públicas de la dulce Shirley estaba, menos mal, la de la más escrupulosa puntualidad, aunque al ardiente Jim no le pareció impropio que llegara temprano a una cita romántica en el bosque.
Tras todo aquello por lo que un joven fogoso desearía pasar una noche al raso en los bosques de Trimbury en pleno mes de Noviembre, Jim Chesappey despertó sobresaltado con el ruido de pisadas, se levantó y vio su propio cuerpo desnudo y sin vida en el suelo, al tiempo que aparecía entre la niebla la mismísima Shirley Appleton, joven, picante y extremadamente puntual.