viernes, 30 de julio de 2010

Parker Jiggleton y el hijo de Jumble

Parker Jiggleton llamó un día a la puerta del segundo sueño del hijo de Jumble. Se plantó allí con una gran sonrisa en forma de reloj de Dalí, y pidió audiencia. Escuchó, mientras esperaba, el crujido esponjoso que las suelas de sus botas producían al pisar el borde del sueño.
Morfeo, molesto por la intromisión, dejó a un lado las riendas con las que tira de los ojos en fase REM y pellizcó a un lado de la consciencia del hijo de Jumble. Éste, sobresaltado, escuchó cómo Parker Jiggleton solicitaba el honor de ser protagonista de uno de sus relatos.
El hijo de Jumble dijo que sí, y siguió durmiendo.


Para la nueva propuesta de Anónima Mente: Reunión de Meta-Micro-Relatos

jueves, 29 de julio de 2010

Naturaleza muerta

Mi bisabuelo fotografió a su mujer. Su mujer estaba muerta, en la cama, después del parto.
Era su segunda mujer, pero no sé si era mi bisabuela, porque también tuvo hijos con la primera.
Tengo una falsa memoria que me ronda, pues no sé si realmente yo vi esa fotografía. Tampoco sé si, viendo la fotografía, entendería por qué la sacó.
También fotografió muchas otras cosas que no eran su mujer.

lunes, 26 de julio de 2010

Prioridades

Sackleby Mundersling abrochó con mimo los botones de marfil de su chaleco mientras tarareaba un breve responso. Hecho esto, alzando el mentón y estirando el cuello, anudó su pajarita de los sábados, la que le había regalado Lady Brumber; elegante y suave, como la pajarita.
Impecable en su traje de tweed, se dirigió a la biblioteca y repasó los sobres lacrados que contenían el pago de sus trabajos recientes. Tomó su maletín de encima de la mesa y echó un último vistazo a la pizarra de tareas:

“Visitar diácono por su cumpleaños.
Comprar jengibre.
Recoger partituras de casa del luthier.
Degollar Lady Jane.
Paseo con Lady Brumber”.

Cerró los ojos y respiró hondo. ¡Cómo odiaba visitar al diácono!

martes, 20 de julio de 2010

Tuba Skinny

Vitoria lucía el cielo característico de cualquier otro sitio. Ni azul ni gris. Sus gentes paseaban por el centro con la mirada de quien podría estar en cualquier otra ciudad. Eso es lo bueno de Vitoria en Julio. Sabes que estás allí porque oyes el Jazz.
Discutía con mi querido Wurlington acerca de la conveniencia del Twist en la corteza de limón que añadimos siempre al Gin-Tonic. Él prefiere no retorcerla, mientras que yo –si previamente se ha limpiado el limón– agradezco ese sabor en el borde del vaso.
Wurlington sonreía con cierta condescendencia, pues su opinión, en su opinión, es siempre la obvia y la objetiva. Odioso, pero elegante, sin duda.
La condescendencia, así como la precipitación a la hora de abalanzarse sobre su pinta de Guinness, son detalles que hacen de Wurlington un ser al que se ama y se odia según la hora y el día de la semana.
Recuerdo con exactitud que levantaba en aquel momento mi mano derecha para cortar, tajante, su absurda disertación; cuando pasamos junto a un grupo de gente que escuchaba tocar a un sexteto de New Orleans. La vocalista alzó el mentón con la seguridad de quien se sabe portador de una nuez digna de encomio, y comenzó a cantar.
No tuve tiempo de sujetar a Wurlington.
Más tarde, avergonzado, observaba cómo la cantante –Erika, se llamaba– recomponía su vestido y secaba de babas su cara.
-¿Chupa siempre a todo el mundo? –preguntó Erika.
-Por supuesto que no –dije acariciando a Wurlington–. Sólo si le apasiona y está de buen humor.

jueves, 15 de julio de 2010

Enorme premio


Por fin en mis manos. En la foto luce bien, pero en persona es mucho mejor.



Ibuprofeno, psicoanálisis y soledad de consumo.


El día en que Rindelburn Kiddlethorpe abrió la puerta del armario para mostrar a su mejor amigo que la esposa de éste último no estaba allí, intuyó rápidamente que debería haber abierto el mueble desde dentro, pues la casa no era la suya. Por otro lado, el hecho de que el cornudo entrara cabizbajo en el armario, le hizo pensar que tal vez el hombre no tuviera celos de él sino de ella.

Halagado y confundido, se limitó a gritar, a quien quisiera oírle, que estaba cansado y que le dolía la cabeza.

Su amigo desde el armario, la mujer de éste bajo la cama, y la hija de ambos en el balcón, se limitaron a asentir en silencio.

jueves, 8 de julio de 2010

Guerra

Que me ha dicho mi sargento que si podemos hacer un apaño con las horas.
No, no. Que lo cubro yo. Que él va a faltar unos días, pero que yo trabajo doble y ya está.
Bueno, preferiría no contarle.
Tiene usted razón, pero que conste que yo todo esto no se lo he dicho. A saber, brevemente: Esta mañana hemos ido donde las chabolas que venden mierda. Droga, sí, eso. Allí, rebuscando, hemos encontrado un chamizo de ladrillo. Y allí, encerrada, una cría desnuda, toda sucia, muerta de hambre. Retrasada, autista, o yo qué sé. Autista pone; pues autista. Y el hijoputa del padre... Sí, lo que sea. El padre va y dice que la tenían ahí porque daba mucha guerra.
Cuando se han llevado a la chavala me he encontrado con el sargento llorando en un rincón. No, el otro, Peláez. Sí, ya sé que es un bestia, pero lloraba el hombre. Y me ha explicado que estuvo en Kosovo, y que la guerra es otra cosa.
¿Cómo entonces?
Ah, eso. Sí. Que Peláez se queda allí unos días, dice. Ha cogido al padre de una mano, a la madre de la otra y se ha metido con ellos al chamizo. Y ha cerrado por dentro, sí.
Que les iba a explicar lo que es dar guerra.