Sentado entre ellas, asientes cucharilla en mano. Tu mujer te peina mientras habla de la planta tal del Corte Inglés; de la ropa tal, de la señora tal, del perro del hijo de la señora cual. No revuelve tu café.
Tu hija mayor te endereza el cuello de la camisa. Dejas de asentir. Cuando acaba, asientes de nuevo. Y sonríes. Grita en tu oído. Le grita a su hijo, pero tú estás en medio. Grita que te pares, que te calles, que te bajes, que te doy. Ella tampoco revuelve tu café.
Tu hija menor te quita las gafas. Grita en tu oído. Le grita a su sobrino, le grita a su madre, se grita a sí misma. Grita que un pañuelo, grita que Angelina y que Brad Pitt, grita que el Euribor, grita Frenadol y Tanakene. Limpia tus gafas y te las vuelve a poner. Ella tampoco revuelve tu café.
Tu nieto se acerca, te pisa, agarra tu nariz. Te quita la cucharilla de la mano y revuelve tu café, que ya está frío. Él sí te mira a la cara. Sólo él sabe que fingiste el ictus.