Abro la ventana.
Sí, ahí está. Oigo la flauta.
Viene el afilador.
Rebusco en la cocina y elijo el cuchillo largo, el de cachas de madera. El mango está mellado cerca del filo, y allí reposa el pulgar, la cadera del pulgar. Acaricio la muesca con el dedo. Y la muesca responde con la sólida aspereza de un roto en un cuchillo.
Viene el afilador. Todos corremos ahora escaleras abajo. Oigo la flauta. Oigo el ruido de un millón de pasos. Sólo los locos quieren llegar primero. Sólo los torpes y los suicidas llegan segundo, tercero, cuarto... Y el resto, los sumisos, esperamos en la fila.
El afilador lleva un sombrero de dios y una sonrisa del diablo. Conoce su trabajo. Sus dedos cicatrizados se dejan querer por ese infierno entre filo y piedra. Hace su labor y se va. No se detiene a mirar cómo el primero comprueba el filo con el segundo, con el tercero, con el cuarto.
Fantástico encadenamiento de metáforas.Todos tenemos cuchillos mellados que corremos a sacar cuando suena la guadaña del afilador.Releo y aún me gusta más.
ResponderEliminarDejando atrás toda la excelencia de la pieza, me voy una y otra vez hasta al final. Y allí, en la cuenta infinita, siempre se me aparece el último hombre. Ese que no tiene carne donde hincar su filo.
ResponderEliminarTerrible, brutal.
Abrazos.
Juego mortal de palabras con las que juegas, contando y recontando, hasta lograr esa limpieza etnica de personas.
ResponderEliminarEl final es impresionante.
ResponderEliminarAbrazos
Madre mía Gabriel, nos has dejado clavados, joer (casi digo un taco completo)
ResponderEliminarExcelente, uff... y no sé qué más decir. Esos locos los primeros...
Felicidades y besos
Ves, por microrrelatos como este sigo sin entender que el Círculo Faroni declarara desierto el premio... y no hace falta que diga más.
ResponderEliminarUn micro que me trae a la cabeza al flautista de Hamelin, con esa melodía de flauta hipnotizadora. Imágenes muy sugerentes las de los locos, torpes suicidas corriendo a ocupar lugares preferentes; de los sumisos que se conforman con lo que les toque. Al final todos provistos de la herramienta necesaria para realizar la selección natural que el afilador adivina, como si la Naturaleza, en su crueldad, fuera un limbo situado entre Cielo e Infierno.
ResponderEliminarEl texto en sí me parece muy bueno, pero me encanta la carga de simbolismo que le inyecta el título.
Muy buen trabajo, sí señor.
¡Enhorabuena!
Me gusta la precisión del lenguaje y de las imágenes en el primer párrafo, la multiplicación de la locura en el segundo y la simetría hipnótica del final. Es como un terceto bien orquestado pero de voces tan distintas que me sorprenden por su convergencia final.
ResponderEliminarUna delicatessen.
Es un espanto pero es así: el miedo genera miedo lo mismo que la violencia, como si ambos estuvieran movidos por una misma pulsión. Abrazos, Gabriel
ResponderEliminarAraceli, muchas gracias. Cuando llega la hora a todos nos gusta tener algo conocido en la mano. Un cuchillo, una frazada...
ResponderEliminarAgus, así son las filas; el último a veces entra gratis, o no entra.
Abrazo
Adivín, mil gracias. Limpieza étnica, específica, total... Da igual, limpiando también puede quedarse todo hecho un desastre.
Su, muchas gracias. Abrazo
Rocío, qué decir. Te lo agradezco. Los locos, los cuerdos, a veces da igual el orden.
Abrazo
Roxie, a mí tampoco me gustó que lo declararan desierto, pero reconozco que puede ser una decisión valiente. Quién sabe.
Abrazos
Jesus, de hecho, el título estuvo a punto de ser Eugenesia, Hamelin, Hipnosis. A mí, de crío, me daba pavor oír al afilador y no verlo nunca de la ventana. A mí el micro me sugiere una mezcla de indefensión resignada entre el elefante camino del cementerio y el dodo dócil y tonto.
Abrazo
Susana, un millón de gracias. Me costó no intentar acortar el micro, porque tenía la idea de que necesitaba cerrarlo así.
Un abrazo
Gemma, y el miedo, al final, violencia, y así unas cuantas veces, pero no muchas más.
Abrazo