Y nada más existió hasta el próximo tren, que llegó puntual, como siempre, mañana, a primera hora, cuando el sol volará somnoliento iluminando este desierto cabrón con su párpado invertido. Y luego vuelve ella con su bandeja tintineante. Un vaso con zumo y un café con leche que nunca se cayó una vez y siempre estará en equilibrio. Salvo el día en que caerá.
Ese día fue diferente. Me susurró al oído, yo salté de alegría y la acaricié; cayó el vaso y reímos.
Luego todo fue mal y será mal en la estación donde los trenes pasaron da igual cuándo.