Tome unas zapatillas deportivas del número 32.
Introduzca algo de arena en su interior.
Inclínese ante el retrete y vacíe allí la arena de las zapatillas.
Escuche.
Es un ruido de bambú hueco entrechocando, de Campanilla volando en Guatemala, de balbuceo de flauta, de pompas en los labios.
Así suenan los recuerdos de un hijo muerto.
Me apetece re-publicar este micro, que mi amigo Alberto me permitió mostrar en su blog hace un tiempo. A Iván le gustó (y eso es muy bueno), así que ahí queda.
Qué duro, y qué bien escrito. Los recuerdos a veces suenan a eso, a bambú agitado lleno de arena, y a veces los recuerdos, se van por el retrete.
ResponderEliminarYo también lo recuerdo, me pareció muy bueno. Conecta un poco el ejemplo de Hemingway, pero el formato 'receta' lo revitaliza.
ResponderEliminar¡Me alegro de volver a leerte, echaba de menos tus textos!
Abrazos.
La genialidad de esta pieza, el problema (bendito) de su genialidad, es que la última frase no podía ser otra. Y que los recuerdos de un hijo muerto, ese "ruido y furia", deben sonar así. El hueco en blanco entre el cuarto y el quinto párrafo, es el último segundo de conciencia antes del impacto. Genial.
ResponderEliminarAbrazos.
Disculpa, me refería al hueco entre los párrafos cinco y seis.
ResponderEliminarAbrazos.
Ese final me ha arrancado una exclamación.
ResponderEliminarInesperado, duro, extraordinario.
Creo que así se escucha la muerte de todos los que amamos.
Un abrazo
Brutal, devastador. Es difícil imaginar algo que no se ha vivido, pero estoy segura de que debe ser algo muy parecido a lo que has descrito.Me ha encantado.
ResponderEliminarJoder, Propí, ...me caí del sombrero.
ResponderEliminarBesos patidifusos.
ya había leído este relato en algún sitio, no recuerdo dónde, y desde entonces no me quito de la cabeza ese sonido. Es bestial. Un abrazo.
ResponderEliminarMe parece genial.
ResponderEliminarGracias por republicar, no te lo había leído.
Las recuerdos son imprevisibles cuando el que tira del hilo de los recuerdos es el dolor y el olor a ausencia.
Un abrazo admirado.
Uf, Gabriel, este es un micro muy duro. Casi se me saltan las lágrimas. Esa última frase es totalmente demoledora y le toca la fibra al más machote.
ResponderEliminarMuy, muy bueno. Estás que te sales últimamente ;)
Gabriel, ya te dije que, a riesgo de parecer exagerado, este micro me parecía un golpe de genio. Por varias cosas, pero principalmente por tres. Primero porque el inicio, remedando la fórmula de un texto instructivo, parece hacer avanzar el micro hacia algo ligero. De ahí el contraste tan terrible con la segunda parte. Segundo porque la serie de metáforas con las que se identifica el sonido de la arena chocando contra el fondo del retrete son absolutamente fabulosas, por la poderosísima carga sensorial (se pueden escuchar esos sonidos mientras uno los lee). Y tercero por la tremenda frase final, que contiene una brillante cinestesia (atribuir una cualidad sensorial a un concepto que no se percibe a través de los sentidos), pero que tiene el efecto de un puño de piedra al mentón del lector principalmente por el contraste con todo lo que la precede y por lo inesperado de su dureza. Genial. Genial. Y terrible. Y valiente por querer escarbar en los límites del sufrimiento humano. Me quito el sombrero, el cráneo y lo que haga falta.
ResponderEliminarY gracias por mencionarme. Pero ya has visto que solo formo parte del consenso. Un abrazo fuerte.
Pues que ya sabes Gab, la leche en bote...es lo mejor que he leído en mucho tiempo.
ResponderEliminarAbrazo pues!
Magnífico y cruel. Es de antología.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Buff... Brutal, Gabriel! Los pelos de punta.
ResponderEliminarUn abrazo.
¿Qué pasa, que ya no hay más platos en el menú?
ResponderEliminarWe are hungry.
Gracias; Maite. Es curioso, los sonidos despiertan extraños pensamientos.
ResponderEliminarSusana, gracias. Es un cambio de experimento; la imagen por el ruido.
Abrazo
Gracias, Agus. Hablas como si hubieras seguido mi consejo de probar a echar arena en el retrete (sin que te vean).
Abrazo
Patricia, qué cierto. La muerte se escucha y no hace caso si le pides que se calle...
Abrazos
Araceli, creo que basta con hacer la prueba. Si echas arena en un plato, la recoges y la echas, y repites... La arena sigue ahí. La que echas al retrete no vuelve.
Kum, mil gracias. Que vivas muchos años sobre un sombrero.
Abrazo
Manu, un honor. Gracias.
Abrazo
Bicefa, en este caso, menos mal, los recuerdos son inventados. Tengo que probar con olores.
Abrazo
Marina, exagerada repartidora de halagos, muchas gracias.
Abrazo gordo
Iván, mil gracias. Halagos como los tuyos hacen que valga la pena escribir.
Abrazo
Roxie, qué te voy a decir. Exageras, por supuesto, aunque eso no hace que cambie mi cariño por este micro.
Abrazos
Francesc, un placer recibir tu visita. Mil gracias.
Salud
David, qué abandonado te tengo. Te debo una visita. Este año, sin falta.
Mil gracias.
Alb, haylos, haylos. Pero pocos. Qué tedioso para el oficio de escritor es tener que trabajar -dijo Wurlington.
Es buenísimo, Gabriel
ResponderEliminarEl número 32, y las otras metáforas, supuestamente incongruentes se redondean con ese impactante final.
De antología
Felicidades.