La hija del taxista cantaba
con una voz que le dieron
y una fuerza que le puso.
Con el timbre del que sabe
que tropezar no es más
que parte de andar.
Por fumar le dio la tos,
por la farlopa, un yuyu;
por la keta, un mal rollo
y por el costo, esa manía
chunga de mirar al techo.
La hija del taxista tenía
choja para el buen vino
y costumbre para el peor;
y tenía los ojos capaces
de ver lo cierto de la vida,
y toda su mierda.
La hija del taxista
me hizo llorar
con su versión de Moody’s mood
igual que Nina con How it feels.
y,
al contrario que tú y que yo,
sabía, más o menos,
lo que iba a durar;
y eso la mataba,
o al revés.