La idea del suicidio
es un enorme gato suave.
Se deja acariciar,
te murmulla un placer
grave y definitivo.
Luego se va
y te deja con la mano
en el aire,
vacía y pensativa.
Y vuelve otro día
el suicidio felino
y acomoda su lomo
bajo tu mano -que ya es su mano-
y se la pone en el lomo
cuando quiere,
porque eres suyo.
Eres el suicida intermitente
de un gato que viene y va.
Malvivir
es la ausencia del gato
y el olor de su pis
en tus pantalones.