a I. L.
Cierro el bar, enciendo un cigarro y dejo cinco euros en la caja. Saco dos Heineken. Las abro.
Bebo de la mía y miro la otra. Sola.
Acabo mi cigarro. Acabo mi Heineken y miro la otra. Sola. Inquilina de un recuerdo, poseída del duelo de haber perdido el tiempo, con un brillo fresco y verde de luto de mierda.
Qué sola estás, hija de puta. Y la tiro por la fregadera.