Ayer empecé a bajar la persiana. Suave, sin hacer ruido.
Después de nueve o diez brazadas comprendí que no iba a terminar. La persiana corría ante mis ojos y desaparecía tras la pared. Algún rollo infinito alimentaba el universo con mi persiana. Una cinta interminable corría en mis manos laceradas.
Ha amanecido. Oigo los pájaros.
Sigo haciendo correr la cinta. No pienso detenerme. No voy a subir la persiana. ¿Qué clase de mundo puede haber ahí fuera?